Pese a que la esperpéntica ceremonia inaugural de las Olimpiadas se mofó abiertamente de Jesucristo y de los cristianos, varios atletas han optado por dar gloria a Dios abiertamente, agradeciéndole por sus éxitos olímpicos.
Sydney McLaughlin-Levrone, estrella norteamericana de atletismo, rompió su propio récord mundial en los 400 metros con vallas, ganando el oro para los Estados Unidos. Cuando acabó la carrera, declaró: “¡Gloria a Dios! No esperaba esto, pero Él puede hacer cualquier cosa. Todo es posible en Cristo”. McLaughlin es conocida por su fe católica y, a comienzos de este año, publicó un libro titulado “Más allá del oro: corriendo del miedo a la fe”, en el que menciona lo siguiente: “Correr fue el don que Dios me dio; cuando lo aprovecho al máximo de mis capacidades y humildemente redirijo la atención hacia Él, puedo darle gloria”.
El gimnasta filipino Carlos Yulo, ganador de dos oros y primer medallista olímpico masculino de su país, es un ferviente católico e hizo la señal de la cruz en cuanto se confirmó su primera medalla. “Estoy muy agradecido a Dios, Él me dio fuerza, me protegió y me guió”, declaró en una entrevista.
Por su parte, el tenista Novak Djokovic consiguió la medalla de oro tras vencer al español Carlos Alcaraz en un intenso duelo. Al terminar el partido, Djokovic hizo la señal de la cruz repetidamente y se puso de rodillas para dar gracias a Dios. El serbio es un devoto cristiano ortodoxo y ya en los primeros partidos había mostrado una cruz, besándola. Al respecto, el obispo Munilla de la diócesis española de Orihuela-Alicante declaró que “ha ganado quien debía de ganar para dar gloria a Dios y hacer el acto de reparación por la blasfemia acontecida en la ceremonia inaugural olímpica”.